El cambio más grande que experimenta todo ser humano es el nacimiento, pasa de la etapa intrauterina donde se formó, creció y se desarrolló al regazo de su madre. Su vida en el útero se desarrolla en un ambiente calientito, húmedo, oscuro, acompañado por los latidos del corazón materno. Aquí percibe los movimientos de su cuerpo en contacto con el líquido que lo rodea, escucha voces externas a él o ella, más bien lejanas, suaves y a medida que va pasando el tiempo, las va conociendo.
Y llega el día en que ya está listo para nacer y cambiar su forma de vivir. Comienza a respirar por sí mismo, enfrentarse a la luz, escuchar las voces de manera distinta y sentir los cambios de la temperatura ambiental, entre otros.
Justo antes del parto, el recién nacido recibe una importante descarga de adrenalina materna que lo mantiene en estado de alerta, despierto, lo que activa sus sentidos y los agudiza. Escucha atentamente a quienes le hablan, reconoce voces; sus ojos están abiertos y sus pupilas dilatadas; siente el olor y calor del cuerpo materno recordando toda la conexión que tuvo con su madre y con su padre durante la vida intrauterina.
En este primer contacto, tanto visual como piel con piel con su madre, el niño la reconoce y siente su protección, e instintivamente repta hasta el pecho materno realizando espontáneamente la primera succión.
También se encuentra con su padre, reconoce su voz lo que le da mucha tranquilidad.
La mamá, el papá y el recién nacido están juntos por primera vez en este ambiente extra uterino, se están conociendo y enamorando.
En el momento del parto ya sea vaginal o cesárea, todo el personal de salud los ayudará para facilitar este primer contacto, fundamental para el inicio de la vida y el fomento de la vinculación entre padres e hijos.